
Pablo Neruda, las hermanas Brontë, Mark Twain, Garcilaso de la Vega, Fernán Caballero… Grandes nombres de la literatura universal que tienen algo en común: son seudónimos o alguna vez escribieron bajo seudónimo.
El seudónimo es un recurso utilizado por los artistas, especialmente los escritores, para no revelar su verdadero nombre. Por un motivo u otro, prefieren usar un alias para firmar sus trabajos de cara al público.
¿Por qué usar seudónimo?
Las causas que llevan a un autor a esconder su identidad tras un sobrenombre son variopintas: timidez, anécdota, motivos familiares o laborales, ganas de probar un estilo o un género nuevo diferente al que los ha hecho famosos, capricho, miedo a la discriminación…
Este fue el caso de muchas mujeres nacidas con la inquietud de escribir, sobre todo a partir del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX. Desde siempre había estado mal visto que las mujeres tuvieran intereses intelectuales y quisieran escribir y publicar sus textos. No eran tenidas en cuenta o recibían numerosas críticas, por lo que se escudaban tras un seudónimo masculino o el anonimato para no verse expuestas públicamente ni avergonzar a sus familias.
Seudónimos SM
¿Sabías que entre nuestros autores también hay seudónimos? Puño, es un ilustrador fotógrafo e historietista español, Tomás Hijo es el autor de CreepyPasta, una recopilación de estas historias con anotaciones e ilustraciones del propio Tomás. Wendy Davies, Carnovsky... son otros autores de SM con seudónimos.
Seudónimos célebres
Por ejemplo, Charlotte, Anne y Emily Brontë firmaron como Currer, Ellis y Acton Bell su primera obra publicada en papel, una antología de poemas. El articulista George Eliot era en realidad Mary Ann Evans, mientras que el prolífico George Sand se llamaba Amandine Dupin, buena amiga de Flaubert, Balzac y Turgenev. Fernán Caballero escondía a Cecilia Böhl de Faber, a quien su padre le prohibía perder el tiempo con la literatura, mientras que Jane Austen jamás firmó en vida con su nombre y Mary Shelley publicó la primera edición de Frankenstein como anónima. Aunque no fueron todas: también encontramos a Rosalía de Castro y a Emilia Pardo Bazán, autora de La Tribuna, quienes se negaron a utilizar seudónimo y afrontaron las críticas de unos y otros.
Entre los escritores, Leopoldo Alas, autor de La Regenta, se apodó Clarín como guiño al instrumento musical por ser colaborador del diario El Solfeo. Neftalí Reyes firmaba sus poemas como Pablo Neruda para no molestar a su padre, al igual que hicieron Garcilaso de la Vega o George Orwell. Charles Dodgson y Samuel Clemens decidieron ser Lewis Carroll y Mark Twain para separar sus profesiones, matemático y navegante respectivamente, de su faceta literaria.