... GONZALO MOURE no era un niño travieso, pero sí muy curioso. Le picaban las avispas que quería observar de cerca, se le llenaban los calcetines de hormigas mientras se entretenía contemplándolas... Y se caía, claro.
El día de San Nicolás de 1957 quiso subir una escalera sin separar los pies del suelo, como una especie de astronauta venciendo la ley de la gravedad. O eso pretendía, hasta que fue ella la que le venció a él. Aún conserva la cicatriz en la frente, entre las arrugas.
Cuando era niño, aquella marca de siete puntos fue su condecoración; ahora, es una huella de valentía o cabezonería, y un recuerdo de que no hay que rendirse nunca.