La fantasía siempre ha ocupado un lugar muy importante dentro del panorama global literario.
Escritores como JRR Tolkien, CS Lewis, Michael Ende o Laura Gallego se han adentrado en este género numerosas veces.
La literatura fantástica, tal y como la conocemos hoy, tiene sus cimientos a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX con la irrupción del Romanticismo, sus hechos extraordinarios, ambientes inquietantes y criaturas sobrenaturales. Así, el género fantástico plantea escenarios imaginarios y situaciones prodigiosas protagonizadas por personajes heroicos, a menudo con poderes especiales, y la presencia de lo mágico y lo legendario. No obstante, no era la primera vez que elementos semejantes aparecían por escrito. La literatura fantástica cuenta con otros antecedentes más antiguos, como el mito greco-romano o la mitología hindú, celta y escandinava; la epopeya clásica —La Ilíada, La Odisea—; los cantares de gesta y romances medievales —por ejemplo, el ciclo artúrico—; la novela de caballerías del siglo XVI y la novela bizantina del XVII, y, por supuesto, la novela gótica de finales del XVIII.
La literatura fantástica es, probablemente, uno de los géneros más abiertos y difusos por su asociación con otros géneros narrativos, como la novela de aventuras, la ciencia-ficción o el terror. Tal vez porque los primeros ejemplos de todos ellos aparecieron en época similar y por autores que los cultivaron en un momento determinado. Sin embargo, el tiempo asentó el estilo de cada uno, aunque sigan compartiendo algunos elementos característicos.
Hay dos subgéneros principales: la alta fantasía o fantasía épica y la baja fantasía.
Se conoce como fantasía oscura a aquellos relatos situados en un mundo irreal sombrío con una mayoría de criaturas y personas movidas por propósitos malignos y la magia negra. Se busca el poder o el conocimiento ilimitados y priman la locura y la violencia en muchas ocasiones. También existe la fantasía histórica, ambientada en un momento histórico determinado con la aparición de algún personaje de relevancia (Julio César, Alejandro Magno, Napoléon…), en el que se introducen elementos fantásticos como magia, viajes en el tiempo, armas y tecnología del futuro o sociedades secretas. En otros casos, se recrea una época conocida por todos en un mundo imaginario. Tampoco podemos omitir la ciencia-ficción fantástica o fantasía científica, un sub-género mixto en el que tecnología y ciencia contiene además rasgos fantásticos, como tramas de espada y brujería en otros planetas y, por último y con gran auge en las dos últimas décadas, se encuentra la fantasía urbana, relatos ambientados en el mundo conocido o en otros mundos, aunque siempre con una ciudad como escenario, sobre todo sus rincones más alternativos y clandestinos, en los que se cruzan seres humanos y otras criaturas como demonios, vampiros o hechiceras.
El diablo enamorado (1772), de Jacques Cazzotte, es considerada la primera obra fantástica de la literatura occidental, una novela corta en la que el protagonista, un joven español, capitán de la guardia del rey de Nápoles, cae bajo el influjo del mismísimo diablo, encaprichado con poseer su alma. Le siguen El monje (1795), de M. G. Lewis, otro referente del gótico con apariciones diabólicas y fantasmales; Melmoth, el errabundo (1802), de Charles Robert Maturin, y El manuscrito encontrado en Zaragoza (1804-1814), de Jan Potocki, un libro de relatos entrelazados en cuya primera parte abundan los elementos fantásticos.
El siglo XIX y el Romanticismo propiciaron numerosos autores que se atrevieron con el nuevo género. Poco a poco se pasó de la novela gótica al cuento de fantasmas con el terror psicológico de apariciones, metamorfosis y otros hechos inexplicables entre sus páginas, como los cuentos del alemán E.T.A Hoffmann, Edgar Allan Poe, Sheridan Le Fanu, M. R. James y Arthur Machen, entre otros. A finales del XIX y principios del siglo XX, el relato fantástico comienza a despegar y deja de estar solo relacionado con elementos del terror, y pasa a estar compuesto por mundos imaginarios, lo épico, lo onírico y aspectos mitológicos. En este tiempo, destacan Arthur Machen, Lord Dunsany, H. P. Lovecraft, Algernon Blackwood o Clark Ashton Smith. A finales de los años 20 y durante la década siguiente, Robert E. Howard dio un nuevo giro al género fantástico con la publicación en la revista Weird Tales, de relatos protagonizados por Kull, Red Sonya y, sobre todo, el bárbaro Conan de Cimmeria, dando así origen a la fantasía heroica.
Desde El estudiante de Salamanca de José de Espronceda y las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer en el siglo XIX, pasando por el Realismo Mágico de Borges y Cortázar en el siglo XX, hasta la entrañable imaginación de Ana María Matute (Olvidado rey Gudú y Aranmanoth).
En los últimos años, han destacado otros nombres, especialmente en literatura juvenil, como Santiago García-Clairac (El ejército negro) y Laura Gallego, quien se inició con Finis Mundi (Premio El Barco de Vapor 1998), y continuó con la tetralogía Las crónicas de la torre y la serie Memorias de Idhún. También Francisco Nieva, Javier Negrete, Tobías Grumm y Verónica Murguía, Premio Gran Angular 2013 por la novela fantástica Loba.